martes, 15 de junio de 2010

El Ejército Secreto - Eduardo Sanoja

mujeres trabajando

El ejército secreto


Se habla, se discute, se polemiza…
Desfilan los nombres de los comandantes y las comandantas, de los y las combatientes, de los encarcelados y las encarceladas y, por supuesto y con mucha razón, de la gente torturada, muerta, sacrificada…

Pero… ¿no falta algo? Parece que sí.
Falta el ejército secreto. Ese ejército formado por quienes nunca supieron manejar un fal, ni una uzi ni una brauwin, pero sabían hacer arepas, lavar ropa, dar alojamiento a fugitivos o a solicitados, llevar papeles cárcel adentro o cárcel afuera y sobre todo guardar silencio y no hacer preguntas.

Era el ejército de las madres, esposas, novias que daban protección a parientes ajenos como si fueran los suyos que quién sabe dónde andarían. Eran las mujeres que guardaban la angustia y las lágrimas para los pensamientos nocturnos acerca del hijo, el marido, el hermano o el padre y en el día eran figuras silenciosas que con pocas palabras o con sonrisa generosa curaban incertidumbres y servían, sí, servían porque era una especie de servicio militar clandestino por la Patria.

Ellas eran, son y serán la tropa de la bondad, las guerrilleras que tenían la trinchera en su propio hogar, y cuya resistencia aún se manifiesta en airadas voces que reclaman justicia para sus muertos…

Honor a ellas, que lejos de coartar el impulso liberador, avivaban con su aliento los crisoles de forjar patrias. Honor. Respeto. Silencio.

Pero no basta hacer apologías con los sacrificios pasados. Es justo y necesario que esos reconocimientos se proyecten hacia los tiempos futuros. Y eso ya va, poco a poco, sucediendo. Las ideas que insertan a la mujer en la sociedad como un ser valioso y no como una cosa, y no sólo en Venezuela, sino abriendo ventanas de justicia para nuestro continente y para el mundo, no han llegado solas ni por arte de magia, sino a través de un vocero providencial que se llama Hugo Chávez.

Este vocero con características mesiánicas es el hombre que anhela la equidad de las tierras, el cese de la depredación capitalista en selvas y mares, la alimentación para todos. Es el hombre de Barrio Adentro, de las pensiones para los viejos y las viejas, de la rehabilitación de la gente enferma o discapacitada, del estudio, libros y universidades para todos. Es el mismo maestro de historia que habla de los errores de Páez y coloca en justicia a Zamora en el procerato más puro. Es también una especie de sacerdote, piache, pastor o rabino que enseña las palabras de Jesús y hace comprender el respeto a los dioses o a los no-dioses en los cuales crean los demás.

Sus iniciativas son múltiples y dejarán huella, pero hay una que parecía imposible o insalvable y ahí está: la igualdad de género.

La igualdad de género… ¡Dígame usted! Y siendo llanero, donde los hombres tienen más machismo que el propio “macho cabrío”. Y no sólo eso… Es el único hombre público a quien yo haya oído tildar de cobardes a los hombres que tienen hijos abandonados.

Reconozco que yo, más viejo que Chávez, más de una vez ejercí el machismo que me fue inculcado desde mi infancia. Y que aún autodenominándome “de izquierda” y “revolucionario” no podía evitarlo.

Hoy, afortunadamente para mi ser actual, he logrado, haciendo conciencia de las prédicas de Chávez, modificar o remendar comportamientos y encontrar una justicia tardía y lejana para la memoria de mi madre ausente.

Es Chávez quien habla de igualdad de derechos y de salarios. Quien ha trillado el camino para multiplicar coronelas, generalas, pilotas y ministras.

Y es justicia y lo celebro por todas las madres por venir que habrán escapado de las discriminaciones y de las humillaciones de siglos y podrán brillar con luz propia.

“Gracias Chávez, por hacerme sentir más acompañado por millones de mujeres y facilitarme el entendimiento de que todos, mujeres y hombres, somos grandes o pequeños en directa relación con el pensamiento, con la honestidad, con la conciencia.”

Eres el Comandante del Ejército Secreto…

Patria Socialista o Muerte.

2 de Mayo 2010
Eduardo Sanoja

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