El diagnóstico tradicional de las comunidades, se ha venido enmarcando dentro de la manera de actuar que caracteriza a las ciencias sociales positivistas, que entre otros principios excluyentes, plantean la existencia de unos pocos señores expertos (élites o cúpulas intelectuales y profesionales), quienes determinan y definen el conocimiento de la realidad, mientras que el resto de la sociedad debe aceptar pasivamente las verdades que esas minorías académicas decidan.
Contrario a ello, el diagnóstico comunitario participativo, sin despreciar el aporte técnico y político de los científicos sociales, privilegia la participación de todos los vecinos en la construcción colectiva del conocimiento sobre la realidad, estableciendo una relación de intercambio democrático entre los profesionales y los habitantes de los barrios, caseríos, urbanizaciones o pequeños poblados. No confundiendo este intercambio, con la transmisión unilateral de informaciones, sino dentro de un espíritu de diálogo de saberes, donde los expertos en ciencias sociales aprendan de las comunidades y donde estas aprendan de los profesionales. Este aprendizaje, basado en el intercambio, pasa por asumir que la verdad sobre la realidad de la comunidad siempre es una búsqueda compartida, que requiere mucha escucha crítica de parte y parte, mucha creatividad, mucha flexibilidad, pero también de disciplina y de sistematización para así ser contundente en la confrontación con las verdaderas de la cultura dominante.
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